Procusto, en la mitología griega, o Procrustes, literalmente “estirador”, también llamado Damastes (“controlador”), hijo de Poseidón, fue encargado de una posada en Ática (región al sur de Grecia). Se caracterizó por su comportamiento amable, complaciente y afectuoso hacia los viajeros, a quienes les ofrecía hospedaje en su casa. Una vez en ella, los invitaba a descansar en su lecho de hierro y, mientras dormían, los amordazaba y amarraba en las cuatro esquinas de la cama para verificar si se ajustaban a la misma. Si el viajante poseía una estatura mayor que el lecho, le cortaba las extremidades inferiores o superiores (pies, brazos, cabeza). De lo contrario, les estiraba las piernas a martillazos hasta quedar a la altura del lecho.
Con respecto a este punto, existen otras versiones, que afirman que tenía dos camas de diferentes tamaños, una larga y otra corta, y también de que poseía una cama con un mecanismo móvil que la alargaba o acortaba según su deseo y conveniencia. Murió a manos de Teseo, quien lo enfrentó y lo llevó a una trampa, al lograr que se acostara en su propio lecho para comprobar si su cuerpo encajaba en él, cuando lo hizo, lo ató a la cama y lo torturó para ajustarlo, tal como sufrieron los viajantes bajo su dominio. Matar a Procusto fue la última aventura de Teseo en su viaje desde Trecén (su aldea natal del Peloponeso) hasta Atenas.
Procusto se ha convertido en un sinónimo de uniformidad y su síndrome define la intolerancia a la diferencia. En medicina y otras ciencias, cuando alguien quiere que todo se ajuste a lo que dice o piensa, lo que quiere es que todos se acuesten en el “lecho de Procusto”. Esta frase define a una situación tiránica y arbitraria. Se utiliza para referirse o indicar a los individuos que al principio muestran su mejor actitud y comportamiento, pero luego pretenden someter y controlar a las demás personas bajo sus órdenes y pensamientos para alcanzar sus intereses y fines, de la misma forma como Procusto adaptaba el tamaño de sus víctimas en relación con el tamaño de la cama.
(Revista Médica Chile 2018; 146: 942-944)
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