A principios del siglo XX, se dice que vagaban por las casas de esta ciudad grupos de espíritus a los que se les dio el nombre de duendes. Estos duendes se mostraban a las personas por las travesuras que cometían.
Se contaba que eran los causantes de que se movieran las cosas, que ponían tierra en los alimentos, apagaban las velas e incluso emitían voces muy parecidas a las de los niños. La gente decía que mudarse de casa no solucionaba el problema, pues en muchas ocasiones estos duendes seguían a las familias a sus nuevas residencias, y ahí seguían haciendo sus fechorías. Ni los conjuros de los sacerdotes, ni las maldiciones de la gente lograban que se alejaran de algún hogar, incluso todos estos remedios ocasionaban que se realizaran más fechorías de las normales.
En 1896, en un rancho llamado La Ceja, perteneciente a la hacienda de Bravo, distrito del Pueblito, por espacio de días estuvieron los duendes rompiendo los trastos, volteando cazuelas, tirando pedradas. Muchos curiosos fueron a presenciar aquello, pues a cualquier hora del día pasaban las travesuras. El padre Ordóñez, vicario de Huimilpan, acudió dos veces a conjurar a estos espíritus y no logró que desapareciesen.
Esta leyenda de los duendes se conserva hasta nuestros días, la cual nos dice que sus travesuras más cotidianas son mover las cosas de su sitio o esconderlas para que las personas no las encuentren, y dice la gente que en lugares donde hay niños pequeños es donde más se divierten estos seres.
(Leyendas y relatos a media voz)
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