El sueldo de los burócratas importantes de la Nueva España era cinco veces mayor que el que percibían los empleados de categoría equivalente en la metrópoli, los burócratas de alto nivel podían autoconcederse mercedes de tierras o minas y contratos de servicios públicos, o bien favorecer a parientes y amigos que correspondían con regalos generosos.
A los aduaneros les tocaba recibir “disimulos” por parte de los contrabandistas que abundaban en la colonia, y los jefes militares hacían trácalas como cobrar el haber de soldados muertos o inexistentes y practicaban la usura con el dinero destinado a pagar la raya. De hecho, los cargos públicos eran una combinación de licencia para robar y patente de impunidad. Los virreyes se cocinaban aparte.
Bajo el sistema operante de corrupción, los empleados de más baja categoría entregaban una tajada de sus “mordidas” a los de categoría mediana, para que éstos a su vez concedieran participación a sus superiores, ya sea en efectivo o disfrazada de “cuelga” para los días del santo, regalo de año nuevo o de aniversario de la toma de posesión del cargo, etc. Así los funcionarios menores se aseguraban de que jamás progresara ninguna acusación en contra de ellos.
Para que participar en el negocio, en 1581, 1591 y 1602 los monarcas españoles expidieron una serie de ordenanzas mediante las cuales aprobaron y reglamentaron la venta de empleos. Usualmente, el de virrey no se vendía de manera abierta, pero si el de sus secretarios, el de los oidores y el de los gobernadores provinciales.
Los empleos más jugosos se vendían en España. Los menores, en un portalillo situado en la esquina sureste del palacio virreinal de México.
La venta era por almoneda pública y se anunciaban por pregones. Entre 1765 y 1790 la venta de puestos burocráticos produjo 869,812 pesos a la Corona.
Para mayor comodidad, los empleos podían adquirirse por cortos plazos, de por vida o perpetuidad para una familia; como cualquier propiedad privada se podían revender, alquilar, empeñar y heredar con tal de que en cada transacción se pagara a la Corona una suma determinada. Había “coyotes” especializados en la compraventa de empleos y prestamistas que facilitaban dinero a los compradores a cambio de que les permitieran realizar acciones ilícitas, y por supuesto no faltaban los funcionarios que vendían empleos a precio reducido a sus parientes o amigos para que éstos los revendieran o alquilaran con ganancia.
Mientras más empleos fueran vendidos más ganaba el monarca, porque la mayoría d ellos burócratas comunes y corrientes – escribientes y notarios- no cobraban sueldo, sino que vivían de la extorsión – como los alcaldes mayores – o de las dádivas o cuotas obtenidas por poner un sello o tramitar documentos. Reclutar personal para ocupar estos puestos no costaba ningún trabajo; lo único que se exigía de los burócratas era que medio supieran leer y escribir, y que tuvieran las aptitudes indispensables para conservar puestos burocráticos en la Nueva España: servilismo ilimitado para con los poderosos y despotismo infernal hacia los débiles. Como toda sociedad burocrática, debían además ser envidiosos e intrigantes hasta la paranoia.
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