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LA CARROZA DEL CURA (Leyenda de Durango)

Foto del escritor: Carmen benavidesCarmen benavides

Cuentan que cierta ocasión hacia los últimos años de la dominación española, llagaron al curato de san juan Bautista de Analco como a las 9 de la noche, unos indígenas solicitando con urgencia al sacerdote para que pasara inmediatamente suministrar los postreros auxilios espirituales a su padre que expiraba en el pueblo del Tunal.

La noche era oscurísima, amenazaba la lluvia, y el cura sintiendo pereza, se negó rotundamente a abandonar su lecho a pesar de los ruegos que los indígenas le hacían en nombre de Cristo y en nombre de la religión. Uno de aquellos indígenas, que tendría unos quince años y que poseía un carácter un tanto irascible, indignado ante la actitud del sacerdote, que permitía que su padre muriese sin confesión y, por tanto, sin esperanza alguna de salvación para su alma, al salir del curato murmuró al oído de su hermano:

- Oye: cuando el señor Cura se muera, irá en vano noche a noche a buscar a mi padre para confesarlo como es su deber que hoy no quiere cumplir.

Y los indígenas se dirigieron apresuradamente a su pueblito. La tormenta los sorprendió en el camino, y mojados, yertos de frio y abatidos por la tristeza de no haberse podido satisfacer el último deseo de su padre, llegaron a su casa.

El convencimiento de que el cura no iría causó al enfermo una fuerte impresión que abrevió su muerte.

Dos o tres años más tarde, en la misma fecha en que los indígenas mencionados habían ido a solicitar sus servicios, murió el sacerdote, y desde aquella noche, la entonces Villa de Analco se vio inquietada por el pavor. Todas las noches a eso de las once, una carroza negra, tirada por dos grandes caballos negros, caminaba violentamente por las calles haciendo un ruido infernal entre las piedras, tomando al fin la calle de Las Carretas (Hoy llamada de Morelos), y salía de la Villa tomando el camino del Tunal.

Cuentan que el ruido de aquella carroza infernal llenaba de espanto a los vecinos, muchos de ellos llegaron a ver que dentro de la carroza iba un sacerdote cuyo aspecto cadavérico, pálido, enjuto, casi de esqueleto, causaba pavor y que aquello era el alma del sacerdote de San Juan de Analco que se dirigía al Tunal en busca del indígena a quien por negligencia y falta de espíritu religioso había negado el ultimo sacramento.

(Gámiz Everardo. “Leyendas Durangueñas” 2010)




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