Por los años sesenta operaba la única caseta telefónica en el Fuerte,
precisamente en el pasillo de entrada del caserón construido por don Aurelio
Ibarra donde estuvo por muchos años la escuela Preparatoria de la Universidad
Autónoma de Sinaloa. La señora Adelina Fierro era quien operaba dicha caseta.
Un día, poco antes de cerrar por la noche el servicio, sintió la presencia de algo;
en esos momentos no se escucharon ruidos callejeros y, menos aún, se veían
personas transitar por allí a pesar de estar tan magnífica construcción ubicada en
el mero centro, en la esquina del cruce de las calles Constitución y Gabriel Leyva.
Se asomó a la calle y no vio ni un alma, entro a seguir recogiendo sus cosas, pero
algo la impulso a voltear hacia la pila que aún se encuentra en el medio del patio
central. La luna iluminaba esa parte y los grandes ventanales interiores de las
sales del poniente.
De pronto, apareció la figura de un hombre enfundado en un saco largo de colas
hacia atrás, un sombrero tipo bombín y, colgando del cinto, una cadena que
probablemente sostenía un reloj de bolsillo como era costumbre entre personas de
buena posición económica. La figura cruzo el patio y se cruzó entre las sombras
caprichosas.
Doña Adela sufrió un ligero sobre salto y, por instantes, se quedó petrificada sin
tener conciencia del tiempo transcurrido. Aunque no era persona que se dejara
impresionar por el miedo a las apariciones, por unos minutos le llego el pánico tan
humano hacia lo desconocido.
Ella no sabía nada de los dueños del edificio; le pregunto a Laurita Ibarra las
señas del que vivió allí en esa sombría construcción, y Laurita le describió a su
familiar con algunos detalles: que vivía solo, pero no allí, la casona la usaba para
almacenar los granos que compraba a los campesinos de la región, pero cuando
lo ataco una enfermedad grave, lo llevaron a Guadalajara donde encontró la
muerte y la sepultura. Dicen que su mayor deseo al morir, era ser sepultado aquí
en El Fuerte.
-Pues… entonces fue a Don Aurelio el que vi aquella noche.
Adelina siguió trabajando algunos años más sin que volviera a repetirse el extraño
fenómeno; a decir verdad, ella siempre estaba alerta cuidando que nadie, al
cerrar, fuera a entrar y quedarse dentro sin que ella se diera cuenta, porque
seguía pensando que alguien pudo haberse metido sin que ello lo viera, ¡pero la
ropa que portaba el fantasma no era de esa época…!
El edificio fue adquirido por Don Alfonso Torres, rico empresario, para luego
rentarlo al patronato Pro-preparatoria. El patronato logro incorporar la escuela a la
U. A. S. y poco a poco fue adoptando las amplias salas para oficinas, aulas,
laboratorio, etc. Al construirse un edificio para la preparatoria, este edificio, uno de
los más bellos por su arquitectura, sigue en espera de ser remodelado respetando
su estilo arquitectónico y poder ser apreciado en todo su esplendor. ¿Seguirá
deambulando por allí Don Aurelio vigilando que su casa se mantenga en orden u
limpieza, o en espera que esté listo su carruaje para salir por la puerta que da a la
calle Leyva para ir a recoger sus propiedades a los campos y estar al pendiente de
las siembras de ajonjolí, cacahuate y algodón?
(Crónicas y leyendas de Sinaloa)
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