En ese pueblo vivía un viejo sabio, un hombre de avanzada edad, de pelo cano, con una mirada tan profunda que reconfortaba a las personas que se le acercaban en busca de ayuda y consuelo.
Sus palabras y sus consejos siempre eran atinados que cuando alguien tenía un problema no dudaba en recurrir a su auxilio en busca de luz y verdad.
Casi todo el pueblo lo admiraba y lo veneraba por su sabiduría y sencillez excepto un joven egoísta, intimidado por el carisma de aquel viejo.
Buena parte del día albergaba un solo pensamiento en su cabeza: “tengo que dejar en ridículo a aquel hombre”. Algo se me tiene que ocurrir, lo tengo que avergonzar en público. En eso estaba, cuando un maquiavélico plan cruzo por su mente.
Me voy a parar frente a él con un pequeño pájaro entre mis manos y le preguntaré: “Maestro, ¿Qué tengo entre las manos?, pero como es muy astuto me responderá: “tienes un pajarito”. Pero con la segunda pregunta lo atraparé. “Si Maestro, estás en lo correcto, pero ¿Esta vivo o esta muerto? Si me responde que esta vivo, entonces lo apretaré hasta asfixiarlo y al abrir la mano le responderé: “No Maestro, esta muerto”. Si, por el contrario, me dice que está muerto, entonces simplemente abro la mano y al mostrárselo vivo, lo dejaré en ridículo. Mi plan es perfecto y no puede fallar, se dijo el joven.
Esperó pacientemente el día en que hubo más gente alrededor del viejo sabio y se sentó en frente de él, con un pequeño pajarito escondido entre sus manos. Esperó su turno y, cuando por fin tuvo su oportunidad, le pregunto en voz por demás alta, esperando que todos le pusieran atención: “Maestro, ¿Qué tengo en las manos? El viejo sabio lo vio con una mirada de lástima y pena. Hizo una pausa y respondió: “Tienes un pequeño pájaro”
“Si, maestro – le contesto el joven arrogante – usted todo lo sabe, pero dígame, ¿Está vivo o está muerto?
El Maestro viéndolo a los ojos le respondió: “Tú tienes en tus manos la vida del pajarillo”
(La web)
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