top of page
Buscar

EL DIABLO EN PERSONA (LEYENDA)

Foto del escritor: Carmen benavidesCarmen benavides

Era la calle Guerrero una típica arteria de la estación Rodríguez. Su suelo levantaba insufribles tolvaneras en la temporada de sequías; agregando el polvo que todo lo invade, a los calores de más de cuarenta grados centígrados que flagelan la región. Si a todo esto sumamos la falta de parques y centros de sano esparcimiento que Rodríguez padeció allá por 1968, tendremos como resultado una juventud malhumorada por no encontrar cauces a su vitalidad, a sus inquietudes tan propias de los años mozos.

Así, pues, era Carlos Flores un típico niño incomprendido en su mal genio; que quizá tenía una explicación por el medio que le había tocado vivir, pero, a sus diez años de edad, se había convertido en un pequeño agresivo y procaz con sus mayores. Sus padres batallaban a diario con el mal carácter de su hijo, que ya no obedecía ni con golpes y se burlaba cuando le decían que por el camino equivocado no podría llegar a nada bueno. Mal hablado o pendenciero; ingobernable o flojo; cualquier calificativo quedaba pequeño ante aquel niño sobre el cual menudeaban toda clase de quejas del vecindario y de la escuela.

Sin respeto a nadie, contestaba con dengue cada vez que su madre le advertía que algún día “el Diablo en persona” se le aparecería para arrastrarlo a los infiernos. Su padre era jornalero y aceptaba toda clase de trabajos con tal de que nunca faltara algo en su mesa. En un pequeño y desvencijado carretón vendía leña, que recolectaba por los montes y algunas veces llevaba a Carlitos para que le ayudara. Aquella mañana, el niño lo acompañaba a regañadientes y con el cinto pintado en las corvas.

Era como todos los días, había que batallar mucho antes de hacerlo que ayudara en algo para el bien de la casa. Al pasar por un lado del panteón, el niño cayó repentinamente del carro y su padre, sorprendido, lo vio revolcarse en el suelo entre gritos y señales de luchar desesperadamente contra algo. Bajó de un salto y sin saber qué hacer, observaba confundido a su hijo que rodaba y pateaba al aire, suplicando horrorizado que le ayudara, que “se lo quitara” por favor... El hombre se arrodilló para calmar al convulso niño, pensando que se le abría metido entre las ropas algún avispón; pero con gran alarma descubrió que le aparecían arañazos en el rostro, cuello y brazos.

El niño se debatía sangrante y su padre sólo acertó a tenderse sobre la criatura y lo abrazó con desesperación, tratando de protegerlo con su cuerpo... de no sabía qué cosa. Al momento de cubrirlo, las convulsiones cesaron; el niño dejó de gritar y empezó a llorar aterrorizado, abrazando a su padre, por primera vez en muchos años. El buen hombre lo levantó en brazos. Amoroso y conmovido lo subió al carretón y regresaron a casa mientras el paraje se cubría de una pestilencia extraña. Su madre lo recibió apesadumbrada y llorosa. Bajo la ropa intacta, también tenía aquellos raros rasguños; y entre curas de agua caliente y sulfatiazol, el niño comentaba aún lleno de miedo que, por el aire, salido de la nada, llegó el diablo que lo derribó del carretón y lo revolcó entre golpes y rasguños. —Era muy fuerte... yo nada podía hacer contra él, decía el niño, —únicamente desapareció cuando mi papá me abrazó...

Hoy, Carlos Flores es un hombre de provecho, hogareño y trabajador. Él mismo reconoce lo insólito de los hechos; pero, por increíble que parezca, asegura que esta historia es cierta. Actualmente, vive en San Antonio, Texas, con sus padres y de vez en cuando visita su terruño, donde ha seguido pasando de boca en boca, el relato de aquel niño malcriado que tuvo como premio una inolvidable visita... El Diablo en persona.

(Carlos Franco Sodja. “El diablo en persona”, en Leyendas Mexicanas de antes y después de la Conquista. México)



44 visualizaciones0 comentarios

Entradas recientes

Ver todo

Comments


bottom of page