Después de su renuncia ocasionada por el levantamiento maderista, Porfirio Díaz partió para Europa el 31 de mayo de 1911. Desde el exilio y como resultado de profundas reflexiones, el expresidente envió una carta muy sentida a un amigo, Enrique Fernández Castelló, expresándole su arrepentimiento por no haber sido duro -según él- con el movimiento iniciado por Francisco I. Madero. Consideraba que esta actitud era la responsable del fracaso del ejército federal y de “la infelicidad nacional”. La carta decía:
“En cuanto a las plagas que afligen al pobre México, nada de lo ocurrido hasta hoy es tan grave como lo pronosticado… ahora siento no haber reprimido la revolución, tenía yo armas y dinero; pero ese dinero y esas armas eran del Pueblo, y yo no quise pasar a la historia empleando el dinero y las armas del pueblo para contrariar su voluntad, con tanta más razón cuanto podía atribuirse a egoísmo, una suprema energía como la que otra vez apliqué a mejor causa, contra enemigo más potente y sin elementos. Digo que siento no haberlo hecho porque a la felicidad nacional debí sacrificar mi aspecto histórico”.
(Rafael Tovar y de Teresa. El último brindis de Don Porfirio. 1910: Los festejos del Centenario. México, Taurus, 2010)
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